Todo empezó el viernes con la búsqueda del coche blanco. Estaba bien camuflado de modo que no fue fácil, pero al final todos lo conseguimos gracias a la ayuda de Google Maps (nuestro segundo guía más inestimable).

Cuando ya hubimos encontrado todos al caballo blanco de Santiago, partimos hacia la casa de los Weasley, sorteando ovejas y cabras a granel por el camino. La bienvenida fue cálida y algo perruna. La dueña de la casa (la señora Weasley) nos recibió con un bizcocho casero que de lo rico que estaba debía estar hechizado, casi tanto como la sopita de verduras que nos hizo Ro.

Tras un paseo nocturno a la luz de la luna llena, nos refugiamos al calor de la chimenea fake a jugar al Saboteur. El mejor saboteador con diferencia fue Marc, que era el único que realmente se tomaba en serio el sabotaje, aunque quizás sea un hombre demasiado transparente para poder hacer nada malo sin que se le vea el plumero. Efectos adversos de ser una persona honesta y decente.

Dormimos como bebés. Algunos además roncaron como bebés y otras charlaron en sueños como bebés (“te voy a hacer unas categorías que vas a flipar…zzzz”). Sobre todo, B.Lo y MAG, que no hubo forma de despertarlas hasta las diez y media de la mañana. MAG casi parecía que estuviera en coma, del cual ni la Rosalía la sacaba. Al final fue el desayuno el que obró el milagro, aunque alguien la invitó a irse cuando quiso echarle sal a la tostada (sal marina).

Sal parecía que le hubieran echado al pueblo aquella mañana, que amaneció con nieve en todos los tejados y los coches. Una imagen preciosa para comenzar una mañana de aventuras, al más puro estilo La Sociedad de la Nieve (y eso sin exagerar).

Llegamos al Umbralejo de la puerteja. Cada rincón tenía magia (magia negra) y las vallas disuasorias de las casas parecían ocultar caimanes, dragones y dinosaurios (de juguete) que sin duda nos habrían comido vivos de haber intentado traspasarlas. Las puertas eran altas y señoriales, tan señoriales, que de haber intentado cruzar los umbralejos habríamos salido con una corona de chichones (me pregunto si el nombre del pueblo está relacionado con los tamaños de las puertas). También tenían un par de relojes de sol, pero la hora estaba retrasada. El relojero del pueblo debió despistarse con el cambio de hora y se olvidó de ajustar el sol.

Llegó la hora de zampar, pero el sitio que teníamos fichado, a parte de tener la persiana rota y medio cerrada (que aún así era más alta que las puertas de Umbralejo), no tenía sitio para nosotros. Pero no pasa nada, porque encontramos un sitio precioso (con las persianas abiertas al paisaje seminevado de ensueño) donde Ro pudo hacer acopio de croquetas carne de cerdo para el resto del año. Ya no le dará una pájara porcina cuando vuelva al trabajo, aunque casi nos da una pájara al intentar acabarnos los torreznos y las orejas de los Andes.

Nos dimos un paseo por el campo y pasamos por el puente de las ranas (siendo las ranas B.Lo y MAG) y por un túmulo de algún rey de Rohan, donde B.Lo se durmió una microsiesta. Nos hicimos una foto delante de casa Juana y encontramos un libro de María Juana (sobran las aclaraciones respecto al argumento del mismo).

Nos mojamos un poco y nos reímos mucho. Bueno, B.Lo no se rio tanto cuando le tocó cruzar la muralla china con el coche. RoM, propuso hacer una pausa para inmortalizar el momento… el momento previo a nuestra muerte por despeñamiento. Mujer de poca fe. La verdad que habría sido una forma muy guay de morir, en aquel paisaje de fantasía. Habría sido una muerte fantástica. Pero sobrevivimos al puerto de montaña… pero Marc nos hizo dar la vuelta y volver a cruzar la muralla, porque a las carreteras heladas no habríamos sobrevivido, ya que no teníamos cadenas. Pero no os preocupéis, que gracias a RoM volvimos a sobrevivir, aunque creo que Bea albergó algunas dudas en alguna curva tomada un poco en plan Fast and Furious.

Sobrevivimos a la muralla dos veces, pero casi no sobrevivimos a la vaca Lola. Suerte que saltó la alarma en el asiento de atrás: “¡Vaca, vaca, vaca!”. No, MAG no estaba insultando a la conductora, estaba advirtiendo de la hamburguesa negra medio invisible en la noche que no le apetecía comerse después de los torreznos.

Se cruzaron en el camino con más animalejos: zorros, algún Bambie, liebres (como el sol cuando amanece yo soy liebre), gansos (y gansas) y algún gatito… pero ninguna alimaña se pudo comparar con el cabrón nocturno…

Estábamos tranquilamente jugando al Saboteur, saciados por las fajitas riquísimas que nuestro saboteador favorito nos había preparado, cuando Marc comentó que la casa debía estar encantada. Fue como si invocara a las fuerzas del mal con ese comentario, pues en ese preciso instante sonaron tres fuertes golpes en la puerta que desencadenaron un grito de terror generalizado.

Fue B.Lo la que abrió valientemente la puerta, encontrándose con una barba de chivo que apenas distraía de la mirada fija del calvo que nos vino a visitar. “¿Qué pasa?”, preguntó desconcertada. “¡Eso digo yo! ¿Qué pasa?”. Segundos de desconcierto… “¿Os parece normal estar despiertos a estas horas?”, más segundos de desconcierto… “¡Es la una menos veinte! ¿Os parece normal?”. B.Lo: “Eeeh… ¿sí?”.

Al parecer el chivo calvo tiene derecho por ley a dormir. “Pues duérmase. ¡No vamos a poder jugar a las cartas un sábado!”, le aconsejó Ro con un tono casi tan amigable como el del hombre, que replicó que no podía porque no le estábamos dejando. “¿Le molesta la música?”, preguntó Ro. “¿Qué música?”, replicó él. “¡Pues eso! ¡Llame usted a la policía a ver si le da la razón!”. La lógica aplastante de nuestra sherif, sumada a la intervención de la pobre dueña de la casa, fue lo que consiguió espantar de nuestro camino a semejante bestia parda. Aún jugamos un par de partidas más antes de irnos a dormir, sin que Rocío se cortara un pelo en los decibelios. Tampoco es que nuestro vecino hubiera tenido con nosotros mucha más deferencia.

Lo malo es que al día siguiente nuestra cabra doméstica nos acompañó durante la primera parte de la mañana allá donde íbamos. Hubo un momento, en un mirador preciosísimo que daba a un prado maravilloso (y ventoso) a un lado y a un pueblo rojo medio mágico al otro, que el animalo pasó a nuestro lado con el coche. Igual es paranoia mía, pero juraría que aminoró la velocidad de su fragoneta al pasar junto a nosotros, supongo que planteándose la forma de atropellarnos y que pareciera un trágico accidente. Pero no lo hizo. Gracias por tanto.

Tras comernos los pocos animales que aún no nos habíamos encontrado por el camino (un cordero y un cochinillo), regresamos a Madrid, al ritmo de la poligamia de Arabia Saudí y la música del dj oficial del viaje, no sin antes lavar el coche, que resultó ser blanco después de todo.

Una respuesta a “¿De qué color es el caballo blanco?

  1. Qué risas me has sacado mientras te leía, MAG!!! Tienes un maravilloso don para la escritura, estoy deseando hacer otro viaje contigo para leerte otro artículo como este!! BRA-VO!!

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